Mensaje del Presidente PUCPR
Misa de Inicio de Curso en la celebración de
la fiesta de Santo Tomás de Aquino.
Hoy, 28 de enero de 2013, a mitad de camino en mi nombramiento de seis años como Presidente, recuerdo las palabras que expresé en la conferencia de prensa donde se anunció mi nombramiento: “Es un honor y un privilegio asumir la Presidencia de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico, una Institución con una tradición de 60 años al servicio de Puerto Rico. Asumo esta posición consciente de la responsabilidad que esta posición conlleva en esta coyuntura de país por ser una Universidad Católica y por ser una Universidad Pontificia, signo de un más estrecho vinculo con la Iglesia por la tradición académica y por la labor que cumple. Aprenderé de las valiosas experiencias de la comunidad universitaria de la Pontificia Universidad Católica de PR y juntos trabajaremos para hacer realidad la misión que nos corresponde y mantenernos en la barca que nos lleva a puerto seguro. Seremos una comunidad universitaria de hermanas y hermanos unidos alrededor de un ideal común”.
En la Investidura como Presidente de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico, comencé mi mensaje citando unas palabras de San Hilario apropiadas por Santo Tomás de Aquino. “Tengo bien claro que el deber principal de mi vida es ser consciente de que me debo totalmente a Dios y quiero cumplir con este deber de tal modo que no solo mis palabras, sino también todos mis actos, sean signos de un lenguaje que hable de Dios”. Agradezco a tantas personas que en esta Institución hacen realidad en sus vidas este ideal planteado por Santo Tomás, ser signos de un lenguaje que hable de Dios. De esta querida comunidad universitaria he aprendido grandemente durante estos tres años. De una manera especial, agradezco a Mons. Félix Lázaro, nuestro Gran Canciller, por ser Padre, Pastor, Amigo y, más que amigo, Hermano.
En aquel mensaje de Investidura destaqué “Esta Universidad es, a la vez, respuesta y pregunta. Por un lado es una respuesta concreta a nuestras necesidades como pueblo en términos de la preparación humana y profesional de nuestros jóvenes. Pero, por otro lado, es pregunta constante sobre cómo realizamos nuestro quehacer de pueblo y bajo qué óptica vemos al mundo. Estamos insertados en el medio de nuestra sociedad como un mecanismo eficaz que nos ayuda a examinar las raíces de nuestros problemas, la evaluación de nuestras soluciones y la dirección que, como pueblo, aspiramos tener. Estoy comprometido a mantener una auténtica comunidad universitaria y confío unir esfuerzos y voluntades en esa tarea para apoyar al país a enfrentar los grandes retos que tenemos por delante. Juntos fomentaremos el ambiente para que aquellos que se formen en esta universidad por siempre la miren como el Alma Mater, donde, en palabras de John Henry Newman, la universidad tenga residencia perpetua en su intelecto y en su espíritu”.
Continué enfatizando “Al finalizar estas seis décadas vemos que hemos hecho importantes avances. Al iniciar este nuevo tramo de la jornada de nuestra universidad nos volvemos a preguntar: ¿Cuál es la misión de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico en el entorno cercano de Puerto Rico y ancho de nuestra región latinoamericana?, ¿Qué podemos aportar específicamente desde nuestro carisma a realizar estos deseos de una excelente educación?, ¿Qué anhelos tienen los que vienen a estudiar, trabajar y colaborar en nuestra universidad? y ¿Qué rumbos lleva esta barca en la ruta hacia un puerto seguro?”
Estas preguntas hoy son tan relevantes a nuestra misión como ayer. En los pasados meses hemos visto cómo el tema de la situación social de nuestro país ocupa la mayor atención de nuestras preocupaciones colectivas. Hermanos, San José de Calasanz nos propone el camino para conseguir el cambio anhelado “la sociedad se transformará si dedica sus esfuerzos a la educación. La buena educación de los jóvenes es, ciertamente, el mejor oficio, el más digno y más noble, el que tiene más mérito, el que más ayuda, el más necesario, el más natural, el más razonable, el más grato, el más atractivo, el más glorioso”.
Reanudemos nuestra confianza en lo planteado por San José de Calasanz, la educación “es un medio eficacísimo para evitar y atajar el mal y para animar el bien. Y esto mediante la cultura y la fe, los valores y los compromisos”.
En aquel mensaje del 2010 recordé la invitación que el Papa Juan Pablo II, en una visita a la Pontificia Universidad Católica de Chile en 1987, le hizo a esta importante universidad de nuestro hemisferio en un llamado con cinco puntos. Les propuse que tomáramos ese llamado como una invitación a la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico. Invitó el Papa a “proseguir en la consecución de los objetivos propios de una universidad católica: calidad, competencia científica y profesional; investigación de la verdad al servicio de todos; formación de las personas en un clima de concepción integral del ser humano y participación en la misión de la Iglesia a favor de la cultura”.
Este llamado se concretaba en un “renovado esfuerzo en su trayectoria de servicio al hombre y a la sociedad”. Este servicio, decía Juan Pablo II, debía estar fundamentado en los siguientes principios “la identidad de la fe sin adulteraciones, la apertura generosa a cuantas fuentes exteriores de conocimiento puedan enriquecerla y el discernimiento crítico de esas fuentes conforme a aquella identidad”.
Como sabemos, la Iglesia Católica celebra hoy, 28 de enero, la festividad de Santo Tomás de Aquino, uno de los grandes filósofos teólogos de la Iglesia y patrono de las universidades católicas. En la encíclica Fe y Razón, Juan Pablo II nos propone a Santo Tomás como “auténtico modelo para cuantos buscan la verdad”. Sobre el fin de la educación nos dice Santo Tomás “Todas las ciencias y artes se ordenan a algo uno, esto es, la perfección del hombre que es su felicidad”. Esta aseveración nos propone una respuesta al problema de la crisis de la educación. La educación se erige para que el ser humano “pueda vivir en él y alcanzar su plenitud como hombre”. “El saber no es erudición, no es poder, no es un título, no es consumo de información. El saber es vida, y vida que satisface las aspiraciones más profundas del alma. La existencia humana se vuelve entonces vía.” Para Santo Tomás hay que progresar en el hábito obrante del bien. Esta es la ruta para que la barca nos lleve a puerto seguro. Santo Tomás, quien nos dejó ver “cuál es el fin último de toda la vida humana y del saber que la alimenta: la felicidad, que debemos entender como plenitud en la naturaleza humana.” “Debemos ser tal cual Dios nos hizo”.
Al igual que hace tres años, finalizo este mensaje recordando a San Pablo de la Cruz: “Feliz el alma que reposa en el seno de Dios, sin pensar en el porvenir, sino que se esfuerza por vivir en el momento presente sin otra ilusión que la de hacer bien su santísima voluntad en todo suceso, cumpliéndola fielmente en sus deberes de estado. La voluntad de Dios no puede querer para el hombre sino lo mejor. Permanezca en gozosa confianza en Dios. Encomiéndese totalmente a Él. Es un Padre amoroso que antes permitirá que sucumban el cielo y la tierra, que una sola alma que confía en Él. El que mira sólo el consuelo pierde de vista al gran Dios de los consuelos. Agárrese fuertemente a ese leño, a la Cruz. De ese modo, nunca naufragará. Llegará con toda seguridad al puerto de la salvación.”
Hoy, 28 de enero de 2013, celebración grande de la vida de Santo Tomas de Aquino, patrono de las Universidades Católicas, con toda la confianza puesta en Nuestro Señor Jesucristo, mi esposa Angie Hernández y yo continuamos suplicando a Dios Padre que podamos cumplir con esta misión que hemos asumido junto a ustedes. Nos anima la amorosa protección de la Santísima Virgen María, Virgen de la Providencia y Virgen de la Guadalupe, nuestra madre, a quien encomendamos la barca que nos lleva a puerto seguro. A la Mayor Gloria de Dios.
Jorge Iván Vélez Arocho
Presidente PUCPR